Teletrabajo

La pandemia del COVID-19 reconfiguró las formas de relacionarnos en todos los ámbitos de la vida. La continuidad de los vínculos sociales, afectivos o económicos requirió de nuevos modos de expresarse, surgiendo la virtualidad como el camino posible. Se requirió de un Estado activo, en sus diversas modalidades y tecnologías, que debió diseñar estrategias de emergencia para gestionar la anormalidad. A pesar de las dificultades, las organizaciones públicas emergieron como las únicas en condiciones de navegar lo impensado y de brindar una red de contención social.

En tal contexto, se impuso la extensión del trabajo remoto o teletrabajo en buena parte del Sector Público. La extensión de esta tecnología de gestión invita a su análisis para estructurar un modelo viable que demuestre que es posible conciliar el impacto positivo de las nuevas tecnologías con el trabajo digno y la mejor calidad de vida de las y los trabajadores; bajo la premisa de que todo avance tecnológico debe redundar en un beneficio humano, tanto para la ciudadanía en general, como para quienes conforman las estructuras gubernamentales.

Podemos definir al teletrabajo como el “…trabajo a distancia efectuado con auxilio de medios de telecomunicación y/o de una computadora” (Tesauro OIT, 6.ª edición, Ginebra, 2008). Tras introducirnos al tema, a lo largo de una serie de documentos nos propusimos reflexionar sobre su impacto en la cultura y la estructura organizacional, incluyendo sus procesos de trabajo y la adaptación al cambio; los perfiles adecuados al teletrabajo; sus riesgos y potencialidad para la inclusión laboral y la reducción de las brechas sociales, entre ellas la de género; su regulación y garantía de los derechos de los trabajadores, incluyendo la voluntariedad y reversibilidad de tal modalidad; la capacitación y nuevas formas de evaluación de desempeño; el trabajo por objetivos como alternativa al control presencial; las condiciones de salud y seguridad requeridas; su impacto en la vida social y familiar de las y los trabajadores; y, finalmente, sus potenciales efectos ambientales.

La presente transición abre una ventana de aprendizaje colectivo para incorporar alternativas que fortalezcan la prestación de los servicios estatales y la gestión de políticas públicas. Cabe imaginar un futuro híbrido, donde las administraciones públicas concilien el trabajo presencial y el virtual, tanto en sus procesos internos como en la interfaz con la ciudadanía, mediante diversas plataformas y soportes tecnológicos adaptados a la heterogeneidad de sus beneficiarios y a las diversas habilidades y aptitudes de sus integrantes. Lejos de la fetichización tecnológica, pero con plena conciencia acerca de las posibilidades que abren las nuevas tecnologías para mejorar la gestión de lo público cuando están orientadas por una planificación político-estratégica consistente, que articule las fortalezas y oportunidades minimizando los riesgos.